jueves, 21 de enero de 2010

El filósofo Antonio Lastra impartió una clase en el MUP de la Universidad de Navarra


Antonio Lastra, doctor en Filosofía y profesor de esa materia en la Enseñanza Secundaria, impartió una sesión dentro del Máster Universitario de Profesorado, que ha comenzado este curso académico en la Universidad de Navarra, en sustitución del antiguo CAP. La sesión cerró el apartado "El valor formativo de la filosofía y las humanidades", impartido por el profesor Jaime Nubiola en el módulo de Ciencias Humanas y Sociales del Máster.

Durante su intervención, Antonio Lastra hizo reflexionar a los alumnos, futuros docentes, sobre su profesión. “El maestro debe recrear cada día una escena primordial en el aula”, comentó. “Debemos inculcar en el alumno la necesidad de aprender y, además, mostrarle la felicidad del estudio íntimo sumada a ese desasosiego que se produce cuando los filósofos nos abandonan”. En su ponencia, Lastra trató de ilustrar el momento intenso que se produce cuando el maestro guía al alumno hasta el límite en el que el pupilo debe tomar las riendas de su propio estudio, después de haber despertado en él la necesidad de conocer.

Para llevar a cabo esta labor, el profesor Antonio Lastra dio a los estudiantes dos consejos. En primer lugar les recomendó la lectura de los Diálogos de Platón, pues “en ellos se explicita de forma genial esta lección primordial, que sigue vigente veintitrés siglos después y que supone la verdadera vocación del profesor”. En segundo lugar, les advirtió de la importancia de alcanzar en cada explicación la verdad de las cosas despertando en los alumnos esa necesidad primordial de aprender.

domingo, 10 de enero de 2010

Reflexionar sobre la profesión docente

Cavilando sobre nuestra profesión y haciendo honor a aquello que leí en cierta ocasión sobre la escritura, y que tanta verdad encierra, acerca de que es ésta la que confiere hondura a nuestro pensamiento y a su vez hace posible su publicidad y comunicación, he podido sacar una serie de conclusiones y aclarar en cierto modo mis ideas acerca de lo que significaba ser un buen profesor, asunto que me preocupaba. Y por eso decidí plasmarlo sobre el papel, para tenerlo a mano y por si a alguno de mis compañeros de armas pudiera servirle como a mí.



En primer lugar creo que la tarea que tenemos entre manos sólo la podremos realizar desde una gran vocación de servicio, con amor y desde unos presupuestos antropológicos básicos. Trabajar en la búsqueda del bien, la verdad y la belleza. Tenemos y debemos tener libertad para realizar nuestro trabajo y al mismo tiempo un profundo respeto por la verdad.


Sacar del educando lo mejor de sí mismo es uno de los principales objetivos de nuestra labor. Ayudarle a ser él mismo y evitar que sea masa anónima. Un buen profesor tendría que tomarse en serio a sus alumnos, a la vez que su materia o disciplina. Debe esperar algo de ellos y ayudarles. Ser positivo con sus alumnos. Creo que un alumno no puede aprender solo, es el profesor quien debe marcarle unas pautas y objetivos, además de conocimientos, teniendo en cuenta al que va a aprender. Debe conocer al alumno y sus capacidades para poder exigir lo que es capaz de dar y aprender.

Así mismo entiendo que un buen profesor debe tener autoridad moral (la autoridad del que sabe) sobre sus alumnos, por lo que debe hacerse respetar. La autoridad es necesaria para mantener el orden y la armonía. Debe mantenerse un equilibrio entre la proximidad personal hacia el alumno y la jerarquía. Entiendo que la cercanía no significa una dejación de la autoridad, sino una presión reciproca de confianza. El profesor ejerce una profesión de ayuda, y el alumno debe notar que esa ayuda está basada precisamente en esa autoridad del que sabe y en esa confianza de que “el que sabe” puede ayudarme.

Enseñar con autoridad también supone saber lo que se está dando, ser un profesional de la materia. Esto supone para el profesor una dedicación especial en la preparación de sus clases, en poner especial cuidado en las programaciones, un interés alegre por mantenerse al día, en formarse más y mejor, en perfeccionar sus conocimientos. De manera que una clase no puede ser improvisada, porque sería una falta de profesionalidad y de respeto hacia el alumnado. Es una profesión que requiere esfuerzo y exigencia personal. El profesor debe darle importancia a su currículo personal, debe tener aliciente e incentivos para mejorarlo, debe motivarle la investigación y su propia formación. Creo que tiene que estar orgulloso de su propia tarea docente e investigación. El profesor apasionado con su profesión, es apasionante, consigue apasionar a los alumnos, tanto con su persona como con su materia.


Creo que un buen profesor, y más todavía si es un profesor del ámbito de las humanidades, debe relacionar su materia con otras materias curriculares (música, literatura, filosofía, arte, historia, etc.) para adquirir una visión holística del conocimiento.
Como buenos profesores deberíamos colaborar con las familias en la transmisión de valores. La trasmisión de valores es una competencia familiar. Bien es cierto que un profesor con autoridad moral junto a la trasmisión de cocimientos está trasmitiendo unos valores. No creo en la trasmisión objetiva, puramente técnica y fría de una materia. El profesor con su actitud ante el alumnado puede apoyar una trasmisión de valores o de contravalores, que pueden enriquecer o empobrecer la personalidad de nuestros alumnos.



En mi opinión un profesor debe ser una ser una persona educada, que respete y tenga paciencia con sus alumnos. Exigente con los objetivos, pero no "pejiguero" con los modos. Debe ser flexible, ya que no debemos de olvidar que las formas de hacer son plurales y las capacidades de los alumnos diversas. El profesor no debe imponer su criterio sobre el modo de hacer, ya que si el alumno demuestra que su modo personal es eficaz, le sirve, quiere decir que ha aprendido a aprender.

Que sepa adaptarse a cada situación personal sin ceder en los aspectos fundamentales. Un buen profesor tendría que ser capaz de rectificar a tiempo sus propios errores y también corregir a los demás, puesto que “de sabios es rectificar”, actitud necesaria para aquellos profesionales que, como los profesores, trabajan en la búsqueda del bien, la verdad y la belleza y demuestran un profundo respeto por la verdad.

En fin, creo que el buen profesor debe conjugar el conocimiento y la virtud.

sábado, 9 de enero de 2010

El valor de la amistad

El pasado 23 de noviembre de 2009 la profesora Ana Mª Romero Iribas, subdirectora del Colegio Sansueña de Zaragoza, invitada por el profesor J. Nubiola, a una sesión especial del Máster Universitario de Profesorado (MUP) de la Universidad de Navarra,  nos dijo a los presentes que la amistad tiene valor de humanización.

Con la idea de que la formación en la enseñanza media no se puede limitar a la formación intelectual, ya que es fundamental aprender a vivir, la porfesora Romero consideró que dado que la amistad es un tema central en la vida de las personas, los asistentes a esta sesión, futuros profesores, debiamos reflexionar sobre ella, y con mayor motivo en una asignatura del máster llamada "Valor formativo de la filosofía y las humanidades", puesto que la amistad ha sido un tema de reflexión desde los comienzos de la historia de la filosofía.

Partiendo de Aristóteles, que en su Ética a Nicómaco estudia la amistad considerándola como una virtud o que va acompañada de virtud, y estimándola como lo más necesario para la vida, y continuando con C.S. Lewis, con su reflexión acerca de la amistad como algo innecesario en el sentido biológico, considerando que más bien es una de esas cosas que dan valor a la supervivencia; llegamos a confirmar que el hombre no "nace hecho" sino que tiene que humanizarse y en esta tarea la amistad tiene un gran papel.


Para la existencia de una verdadera amistad tiene que haber una condición moral en el hombre, destacando las virtudes de la generosidad, la confianza, el respeto a la intimidad, la capacidad de asombro, la alegria, la comprensión, el saber escuchar, la franqueza y sinceridad, el perdón, etc. que han de volcarse en los demás, puesto que, como afirmó Ana Mª Romero, la amistad es una relación entre iguales en la que se da y se recibe.

Y lo principal que se da en la amistad, que es un tipo de amor (donación reciproca), es lo que uno es, no lo que tiene o lo que hace, sino lo que es, su intimidad, eso si, no toda puesto que es muy importante la confidencia, el respeto por el otro y por uno mismo. En este punto la profesora nos recordó a los asistentes, futuros educadores, que la actual juventud aprecia mucho la amistad, pero tiene dificultades para conservarla y cultivarla debido a la superficialidad de la relación, que en muchos casos se convierte en una relación posesiva y unidireccional (no mutua). Son amistades que no fructifican porque se convierten en relaciones de sólo recibir y nunca dar, puesto que los jovenes no reflexionan en lo que pueden dar para conservar una amistad. Por eso nos invitó a los futuros profesores a que animemos a nuestros alumnos al ejercicio de la reflexión sobre el valor de la amistad.

viernes, 8 de enero de 2010

Comunicación, asertividad y educación

La persona no es sola, su ser tiene carácter de coexistencia. En este sentido la comunicación es una dimensión muy importante del ser de las personas. En el juego de la comunicación entre las personas el dar y aceptar son unas fichas fundamentales. Aceptar es aceptarse, como persona, con limitaciones y virtudes, y aceptar es también aceptar al otro. Por otro lado el dar también supone otro, al que hay que aceptar con sus particularidades y limitaciones. Pero esto hay que saber hacerlo y supone cierto esfuerzo personal ya que en ello hay algo de sometimiento personal, que siempre cuesta.
Además creo que en el ámbito profesional de la educación, la aceptación de los demás como son, de los alumnos, es muy importante a la hora de comunicarse con ellos y de transmitirles una buena educación. Saber decir lo justo en el momento oportuno, sin herir, sin ser agresivos, de manera que el otro se sienta acogido, comprendido, creo que en cierta manera es un don, pero es educable. Ser asertivos intuyo que tiene mucha relación con la decisión, la firmeza y la seguridad.
Cuando tratemos de educar a nuestros alumnos en la firmeza y seguridad tendremos que enseñarles a atreverse a decir las cosas sin inhibiciones: “si crees que tienes razón, ¡dilo!”, diremos a nuestros alumnos. Pero esto no será suficiente, puesto que tendremos que enseñarles a que lo digan bien, sin herir a los demás, sin enarbolar la bandera reivindicativa del ¡es mi derecho! o por el contrario, de una manera agresiva culpando a los demás. Nosotros, profesores, tenemos que aprender a educarles en el valor positivo de la asertividad, sin dejar de recordarles que todas las personas se merecen un respeto. Pero para eso primero tú y yo debemos dar ejemplo, no podemos ir imponiendo nuestras razones o convicciones, humillando y atropellando a nuestros alumnos o a las personas, en general, con las que tratemos. Cuando nos encontremos ante un desencuentro con otra persona no podemos huir ni imponernos, porque así no estaremos buscando realmente una solución y no habrá lugar para una buena comunicación.
A nuestros alumnos tendremos que saber darles buenas razones y argumentaciones, ya que si tenemos en cuenta que serán unos adolescentes que nos repliquen con el “a mí no me parece” “y esto ¿por qué?”, como buenos educadores tendremos que saber dar razones que interioricen. Si no damos explicaciones, ni razones y sin darles a los alumnos la oportunidad de expresar sus sentimientos o emociones, no podrán ejercer su libertad personal. ¿No os parece vital que nuestros alumnos tengan juicios personales, argumentos para rebatir y defenderse verbalmente, para hacer frente a situaciones ingratas, que sepan decir sí y no? Los alumnos, y profesores, que nos conformemos con “me da igual” adoptaremos una postura de pura cobardía, de pura pereza mental, es un no atreverse a decidir, e incluso un no estar seguros de los que piensan o pensamos. Los que no valoran sus opiniones, ni defienden sus derechos, que huyen o evitan conflictos antes de enfrentarse a ellos, son pasivos y no asertivos.
Pero, ¿cómo educar el carácter de nuestros alumnos? Creo que para esto es de vital importancia el ejemplo personal, puesto que como en toda comunicación, uno no puede dar lo que no tiene. Nosotros tendremos que cuidar el lenguaje, tanto el verbal como el no verbal (saber mirar, cuidar los gestos, las sonrisas, dar un apretón de manos si hace falta, evitar silencios prolongados, pero saber valorar el silencio oportuno), para que los alumnos aprendan con nuestro ejemplo. No podemos dejar de hacer halagos, para que los nuestros alumnos aprendan que se puede y debe decir algo bonito a los demás, hay que felicitarles por el trabajo que han hecho, admirarse ante sus creaciones y si hay que corregirles, hacerlo en positivo.
Agradecer, excusarnos, pedir perdón, también tendremos que aprender a hacerlo los profesores para que los chicos aprendan. Enseñarles a rechazar o aceptar propuestas, que sepan pedir tiempo para decidirse (déjame pensarlo, lo valoraré y ya te contestaré.) Enseñarles a hacer frente a las críticas: valorándolas y viendo que hay de verdad en ellas, y si son injustas enseñarles que pueden expresar su desacuerdo sin discutir. También enseñarles a decidir, sin que sean excesivamente analíticos y demasiado impulsivos. Valorar las posibles soluciones. Es fundamental que respetemos a nuestros alumnos como son y que los alumnos respeten la individualidad de cada compañero, desde la firmeza y la seguridad de lo que uno mismo es y piensa.

La asertividad es una capacidad que debe ser trabajada para entender al otro, para conocerle y para poder ayudarle, al ser una comunicación supone un dar y aceptar. Lo que uno da, uno comunica, comparte y al compartir también crece como persona. Por eso es tan importante en la asertividad trabajar también la capacidad de responder, de aceptar, de acoger, porque ¿dónde quedan los estados emocionales, las donaciones personales (emocional, afectiva, intelectual…) que nadie entiende que nadie recoge? Se pierden, se abortan.
El crecimiento personal supone don y aceptación, la asertividad es un instrumento útil en este intercambio.






Todo lo que no es tradición, es plagio

Me ha llamado la atención esta afirmación de Eugenio D’Ors. Según el Diccionario de la Lengua Española, tradición significa la transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación. Es decir, la transmisión del legado que se entrega de una a otra generación en el fluir histórico. Y el plagio se entiende como una copia en lo sustancial de obras ajenas, dándolas como propias. Cuando se hace uso de la obra de otro autor y se reproduce total o parcialmente sin ningún tipo de reelaboración y sin citar a su fuente original, se está realizando un plagio.

Por otro lado no se puede hacer nada creador sin la tradición y como dice el filósofo Nicolai Hartmann, «nadie empieza con sus propias ideas». El hombre individual y colectivamente considerado no crea nada sino que sólo desarrolla unas posibilidades recibidas. La tradición por lo tanto es necesaria: así como cada persona tenemos una memoria que nos hace ser nosotros mismos, la tradición es la memoria de la comunidad, en tanto que sabe que todo lo que tiene lo debe a las generaciones pasadas. Sin memoria cada ser humano se iguala, de manera que sin tradición las sociedades se igualan, al mismo tiempo que se mueren.

La tradición me hace pensar que no tiene porqué oponerse a lo novedoso, pues lo nuevo es lo que se hace desde la tradición y para convertirse a su vez en tradición. Nada se puede hacer sin materiales previos ni para ser inmediatamente destruido. No puede haber evolución si no partimos de la tradición, es una condición indispensable. Desarrollar, progresar, evolucionar, crear, suponen un estado anterior del que se parte para alcanzar algo nuevo.

Volviendo a la sentencia, “copiará fatalmente quien no sepa heredar. Recuérdese que cuanto no es tradición es plagio” entiendo que “plagio” aquí tiene el siguiente sentido: cuando uno tiene empeño en ser distinto y original al margen de la tradición, no va a encontrar la verdad ni va a crear nada nuevo, porque consciente o inconscientemente, se limitará a plagiar, ya que la búsqueda de la verdad se hace en la comunidad, ya que cuando escribimos, pensamos o hacemos algo no lo podemos hacer al margen de lo que nos rodea, porque no estamos aislados. Es en la comunidad en la creamos, y como ya he dicho la comunidad es la depositaria de la tradición. En este contexto me parece que “plagio” viene a significar la pérdida del sentido, pero manteniendo las formas. La búsqueda de la verdad es tradición. Si se hace desde una originalidad mantiene las formas pero ya no es búsqueda de verdad. Así como un cadáver humano mantiene las formas de una persona, es plagio de un humano pero no tiene vida, ha perdido su alma. En este sentido una supuesta búsqueda de la verdad desde la originalidad (sin partir de la tradición) es plagio en cuanto que mantiene las formas pero ha perdido la vida, el sentido, el alma, la consistencia que le da la tradición.

Humildad Intelectual

Los seres humanos tenemos una predisposición natural al conocimiento y a lo largo de toda nuestra vida somos siempre unos “estudiantes”. Pero nos advierten que para llegar a aprender verdaderamente hay que ser humilde, y creo que es cierto. Una de las virtudes que un intelectual ha de procurar adquirir es la humildad. Esta virtud me parece que consta de dos aspectos fundamentales que no hay que olvidar, consiste por un lado en el conocimiento de nuestros fallos (de lo que no somos capaces, de nuestros errores y vicios, de nuestros aspectos negativos…), pero también, y además, en el conocimiento de nuestras propias virtudes.
Por lo tanto, el intelectual que quiera aprender deberá ser consciente de que “no sabe nada”, como decía Sócrates. Creer que lo sabemos todo nos sitúa en una posición prepotente poco favorable para acceder a la búsqueda de la verdad. Con esto no quiero expresar que nos consideremos unos ignorantes, sino apuntar que “pensar que no sabes nada” es una buena disposición en la medida que suponga una actitud de apertura hacia el conocimiento y hacia los demás. Una apertura del ser humano para aprender todo lo que no sabe y no una cerrazón a nuestra propia capacidad intelectual. Esto significa reconocer el primer aspecto que comentaba de la humildad: observar la propia limitación y reconocer que siempre podemos aprender algo novedoso o nuevos aspectos de una realidad que ya conocíamos.


Pero la cuestión es cómo podemos aprender desde nuestra propia limitación. Y me parece que la respuesta es bien sencilla: reconociendo las propias capacidades, nuestras aptitudes, talentos y cualidades para el buen ejercicio de algo, es decir, añadiendo el segundo ingrediente de la verdadera humildad.


La falta de confianza en uno mismo puede convertirse en un penoso vicio cuando hacemos una interpretación equivocada del “sólo sé que nada sé” y es uno de los peores peligros para los que aspiramos a la intelectualidad. Como ya he expresado antes, reconocer nuestra limitación es algo muy positivo cuando es una apertura al conocimiento de la realidad, a lo que las demás personas, del pasado o del presente, puedan aportarnos. En este sentido seremos como “enanos a hombros de gigantes”, pero hay que estar alerta y no olvidar que también disponemos de ciertas capacidades que no nos hacen ignorantes. Puede que tengamos una tendencia a buscar un modelo de referencia al que subordinarnos, un modelo que nos sirva de guía, que nos marque unos objetivos y un camino a seguir y que sin él nos sintamos incapaces de dar un paso adelante, pero esta tendencia de confiar en los demás, natural y buena, puede llegar a convertirse en un peligro, en una humildad aparente que encierra un peligroso vicio.


Si no tenemos en cuenta el segundo ingrediente de la humildad, pensamos que somos incapaces de funcionar o pensar por nosotros mismos, somos unos anti-filósofos. Así no se puede llegar a ser un buen intelectual. Después de dejarnos conducir por los demás, escondidos bajo nuestra supuesta ignorancia, al final acabamos siendo unos ignorantes de verdad, que no nos hacemos preguntas, pues todos sabemos que el mero hecho de razonar despierta la mente.


Ponernos bajo la sombra de los demás, desconfiar de nosotros para confiar más en los demás, nos puede pasar una mala jugada, puede que nos tiente la autocomplacencia y nos convirtamos en unos soberbios y vanidosos, y así quedar incapacitados para tender por nuestro propio pie a la búsqueda de la sabiduría, de la verdad. Al no explorar cuáles eran nuestras capacidades (sino sólo nuestras debilidades), cuál era la potencia de nuestra razón, y al no confiar en nuestro modo personal de pensar y de vivir, hemos tomado una actitud de sumisión y no de humildad intelectual. Las distintas filosofías, opiniones, experiencias de los demás podrán darnos unos argumentos, pero si no ponemos a actuar sobre ellas a nuestra propia razón, acabarán convirtiéndose en una serie de frases hechas, sobre las que nunca pensamos y que raramente hacemos nuestras. Y por lo tanto, así no aprendemos como un verdadero intelectual. Porque cuando hacemos nuestro, aprehendemos, un razonamiento, una filosofía, la unidad sustancial que es el hombre le lleva a hacerla vida. Un hombre coherente tiene una unidad entre el sentir, el pensar y el actuar.

Por lo tanto, cuando de verdad aprendemos es porque lo que nos han transmitido aquellos en los que hemos confiado por su capacidad intelectual, lo hemos pensado, reflexionado, razonado y a continuación lo hemos puesto en práctica, lo hemos hecho nuestro, nos ha llevado a hacerlo vida; ahora sí, ahora es cuando somos verdaderos intelectuales que, como enanos nos hemos puesto a hombros de gigantes, hombres que desde la humildad podremos acceder a la verdad, gozar de la luz y aprender.

jueves, 7 de enero de 2010

Buscar a los peces, del fondo del estanque.

Hola, soy una profesora en prácitcas, y quería presentar este nuevo blog personal-profesional que publico ahora: Fondo del estanque. ¿Y por qué este nombre? Si has tenido la ocasión de ver la película Los Chicos del Coro, sabrás que este es el colegio donde se encamina el profesor Mathieu en el inicio de su vida laboral. Si no la has visto aún, te recomiendo que la veas sin tardanza pues entenderás mucho mejor lo que me propongo con esta nueva bitácora que echo a navegar en el mar de la red.
Mathieu se encuentra con unos chicos en una situación muy precaria. Un exceso de disciplina, ningún cariño, ninguna ilusión… discretamente, a veces con enfrentamientos, consigue por medio de la música, con mucha dedicación y paciencia, ir sacando de cada uno de sus alumnos su mejor “tú”. Como un compositor va sacando las mejores notas en la realización de su obra musical.
Creo que el trabajo de un profesor es precisamente esto. Y con este blog pretendo compartir con todos vosotros lo que a mí me parecen esas “notas”, esas claves que puedan ayudarnos a hacer de todos nuestros alumnos una música armoniosa. Espero que os ayude y os animo a participar todo lo posible, pues a veces una orquesta suena mejor que un instrumento solo.